Recuerdo el día en que Buddy me sonrió y dijo:
- ¿Sabes lo que es un poema, Esther?
- No, ¿qué es?- dije.
- Un grano de polvo. - Y pareció tan orgulloso de haber pensado una cosa así que me quedé mirando su rubio cabello y sus ojos azules y sus blancos dientes.
-Supongo que sí- dije.
Pasaba gran parte del tiempo sosteniendo conversaciones imaginarias con Buddy Willard. Él era un par de años mayor que yo, y muy científico, así que siempre podía demostrar las cosas. Cuando estaba con él, tenía que hacer un esfuerzo para no llevar la peor parte.
Aquellas conversaciones que yo desarrollaba mentalmente , solían repetir el inicio de conversaciones que en verdad había tenido con Buddy, sólo que yo terminaba dando agudas respuestas en lugar de quedarme allí sin decir otra cosa que "Supongo que sí".
Ahora, tendida en la cama, imaginaba a Buddy diciendo:
- ¿Sabes lo que es un poema, Esther?
- No, ¿qué es?- decía yo.
- Un grano de polvo.
Entonces cuando él comenzara a sonreír y a mostrarse orgulloso yo diría:
- También lo son los cadáveres que cortas. También lo es la gente a la que crees curar. Son polvo como el mismo polvo. Calculo que un buen poema dura mucho más que cientos de esas gentes juntas.
Y, por supuesto, Buddy no sabría qué responder porque lo que yo decía era cierto. La gente estaba hecha nada más que de polvo y yo no veía que curar todo aquel polvo fuera algo mejor que escribir poemas que la gente recordaría y se repetiría a sí misma cuando se sintiera infeliz o enferma y no pudiera dormir.
Sylvia Plath, La campana de cristal
(The Bell Jar)